
Durante muchos años, la toxina botulínica se ha utilizado para una serie de enfermedades tales como el blefaroespasmo, el estrabismo y la tortícolis congénita. Al observarse que las arrugas alrededor de las zonas de aplicación desaparecían, se inició su utilización en el ámbito estético. Bajo el nombre de muchas marcas (de las cuales la más conocida es Botox®), la toxina botulínica se viene utilizando con gran éxito en todo el mundo. Esta sustancia se inyecta con agujas muy finas por debajo de la piel, produciendo una relajación de los músculos, los cuales, al disminuir su movimiento, hacen que la piel por encima de ellos “descanse”, produciendo una desaparición progresiva de las arrugas de expresión, que se inicia al tercer día y es máximo al séptimo día posterior a la aplicación. La duración es de aproximadamente 4 – 6 meses, requiriéndose un nuevo tratamiento luego de este periodo. Se utiliza principalmente en la frente, el entrecejo y el contorno de los ojos. Las dosis utilizadas no son tóxicas, y tampoco se acumula en el cuerpo, pues nuestro metabolismo lo elimina completamente por vía renal. El rostro adquiere un aspecto relajado y natural. No requiere descanso. Es preferible evitarlo durante el embarazo y la lactancia. Es un excelente complemento de los rellenos faciales, el rejuvenecimiento láser, los peelings, la luz pulsada o la cirugía de rejuvenecimiento facial.